Son un mito originario de Mongolia y el Cáucaso sobre unas criaturas salvajes. La palabra misma significa “hombre salvaje”, se dice que son seres trogloditas, de largos cabellos rojos en todo el cuerpo, frentes abultadas y comportamiento totalmente primitivo. Algunos criptozoólogos afirman que son sobrevivientes del neanderthal.
En diciembre de 1941, cuando las tropas alemanas invadieron Rusia, el Ejército Rojo atrapó un particular prisionero. Parecía un hombre, pero no lo era. Más bien parecía un ancestro de los seres humanos. La captura tuvo lugar en Daguestán, en un enclave montañoso y boscoso que se ubica en la frontera rusa con Turquía, bastante hostil para un ser humano.
En un comienzo pensaron que se trataba de un espía, pero cuando lo tuvieron cerca y apresado, de inmediato averiguaron que no y los oficiales a su cargo solicitaron la presencia de un médico castrense para examinar a la extraña criatura.
Vargen Karapetian fue el encargado de hacerlo. Aparentemente el prisionero, más que un simio, parecía un hombre en estado primitivo y con ciertos rasgos prehistóricos. Todo su cuerpo estaba cubierto por un vello pardo e híspido. Tenía los brazos largos y caidos, pero las piernas cortas y robustas. Medía 1,80 m. de altura y parecía temeroso.
Tras examinarlo, el médico acabaría escribiendo: “Lo que más impresionaba eran sus ojos, fijos en algo invisible, vacios…los ojos de una bestia. Recomiendo liberarlo.”
Pero eran tiempos de guerra y el extraño prisionero fue ejecutado.
Más tarde se descubriría que no se trataba del único hominido de esas características que habitaba en aquellos lares. La tradición, supieron más tarde, los llamaba almasi o almas. Era así como un yeti, pero su aspecto se asemejaba más a un ser humano.
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