Si la Tierra hubo recibido en efecto la visita de astronautas extraterrestres hace milenios, el relato pormenorizado del profeta Ezequiel —en el Antiguo Testamento— bien podría ser una de las pruebas testimoniales más reveladoras de las que se conocen. Leemos:
1 Aconteció en el año treinta, en el mes cuarto, a los cinco días del mes, que estando yo en medio de los cautivos junto al río Quebar, los cielos se abrieron, y vi visiones de Dios. 2 En el quinto año de la deportación del rey Joaquín, a los cinco días del mes, 3 vino palabra de Jehová al sacerdote Ezequiel hijo de Buzi, en la tierra de los caldeos, junto al río Quebar; vino allí sobre él la mano de Jehová.
4 Y miré, y he aquí que venía del norte un torbellino de viento, y una gran nube, y una masa de fuego, y un resplandor alrededor de ella; y en su centro, esto es, en medio del fuego, una imagen como de bronce. 5 Y en medio de aquel fuego se veía una semejanza de cuatro seres vivientes: la apariencia de los cuales era la siguiente: había en ellos algo que se parecía al hombre. 6 Cada uno tenía cuatro caras, y cuatro alas. 7 Sus pies eran derechos, y la planta de sus pies, como la planta del pie de un becerro, y resplandecían como bronce bruñido. 8 Debajo de sus alas tenían manos de hombre; y tenían caras y alas por los cuatro lados. 9 Y juntábanse las alas del uno con las del otro. No se volvían cuando andaban, sino que cada uno caminaba según la dirección de su rostro. 10 Por lo que hace a su rostro, los cuatro lo tenían de hombre, y los cuatro tenían cara de león a su lado derecho; al lado izquierdo tenían los cuatro cara de buey; y en la parte de arriba tenían los cuatro cara de águila. 11 Sus alas extendíanse hacia lo alto; tocábanse dos alas de cada uno con las del otro, y con otras dos cubrían sus cuerpos. 12 Y andaba cada uno de ellos según la dirección de su rostro; a donde los llevaba el ímpetu del espíritu, allá iban; ni se volvían para caminar. 13 Y entre estos seres vivientes había como ascuas de ardiente fuego y como hachas encendidas que se movían de acá para allá entre ellos. 14 Y entre estas criaturas vivientes resplandecía el fuego, del que salían relámpagos. Y los seres vivientes iban y venían como el rayo.
15 Mientras estaba yo mirando los seres vivientes, apareció una rueda sobre la tierra, junto a ellos, junto a los cuatro. 16 Y las ruedas y la materia de ellas era a la vista como crisólito, y las cuatro eran semejantes, y su forma y estructura eran como de una rueda que está dentro de otra rueda. 17 Caminaban constantemente por sus cuatro lados, y no se volvían cuando andaban. 18 Asimismo las ruedas tenían tal circunferencia y altura que causaba espanto el verlas; y toda la circunferencia de todas cuatro estaba llena de ojos por todas partes. 19 Y caminando los seres vivientes, andaban igualmente también las ruedas junto a ellos; y cuando aquellos seres se levantaban de la tierra, se levantaban también del mismo modo las ruedas con ellos. 20 A cualquier parte donde iba el espíritu, allá se dirigían también en pos de él las ruedas; porque había en las ruedas espíritu de vida. 21 Cuando aquellos seres andaban, andaban las ruedas; parábanse, si ellos se paraban; y levantándose ellos de la tierra, se levantaban también las ruedas en pos de ellos; porque había en las ruedas espíritu de vida.
22 Y sobre las cabezas de los vivientes había una semejanza de firmamento que parecía a la vista un cristal estupendo; el cual estaba extendido arriba por encima de sus cabezas. 23 Y debajo del firmamento, las alas de ellos extendidas, tocando el ala del uno a la del otro, y cada cual cubría su cuerpo con otras dos. 24 Y oía yo el ruido de las alas como ruido de muchas aguas, como trueno del excelso Dios; así que caminaban, el ruido era semejante al de un gran gentío, o como el ruido de un ejército, y así que paraban, plegaban sus alas. 25 Porque salía una voz de sobre el firmamento que estaba encima de sus cabezas, cuando ellos se paraban y plegaban sus alas.
26 Y había sobre el firmamento que estaba encima de sus cabezas como un trono de piedra de zafiro, y sobre aquella especie de trono había la figura como de un personaje. 27 Y yo vi como una especie de bronce resplandeciente de fuego dentro de él; y alrededor de su cintura hasta arriba, y desde la cintura abajo vi como un fuego que resplandecía alrededor. 28 Cual aparece el arco iris cuando se halla en una nube en día lluvioso, tal era el aspecto del resplandor que se veía alrededor.
Como bien sabemos, fue Erich von Däniken el primero en proponer —en su libro Chariots of the Gods?— la idea de echarle una “mirada tecnológica” al relato del profeta bíblico, y considerar así la posibilidad de estar ante la descripción de una nave espacial de algún tipo. Y también sabemos que fueron muchos conspicuos miembros de la comunidad científica los que se ocuparon muy pronto de ridiculizar esa idea en un tono parecido al empleado por la Academia de Ciencias de Francia cuando, hace unos 200 años, publicó una amonestadora declaración en la que afirmaba: “En nuestra era ilustrada, existe todavía gente tan supersticiosa que cree que las piedras pueden caer del cielo”. Las mismas “piedras” que hoy conocemos como meteoritos…dicho sea de paso.
Entre esas voces críticas se escuchó bien alto y claro la de Donald H. Menzel, un muy respetado astrónomo de la Universidad de Harvard, quien dio su propia interpretación de lo acontecido basándose en un complejo fenómeno meteorológico conocido como parahelio (formado por la luz solar que se refracta a través de los cristales de hielo de las nubes), cosa que a su juicio habría hecho del profeta la perfecta víctima de una ilusión óptica. Cuestión ésta de la que nos ocuparemos más adelante.
La interpretación técnica de un ingeniero de la NASA
Al igual que varios de sus colegas, también el ingeniero aeronáutico Joseph Blumrich se había echado a reír cuando escuchó hablar acerca de la posibilidad de que Ezequiel hubiese descrito una nave espacial.
Habiendo participado en la construcción del Saturno V —el cohete que llevó a los astronautas a la Luna— y dueño de una medalla al mérito por servicios especiales concedida por la NASA, Blumrich tenía ganada ya la autoridad suficiente para analizar el tema a fondo. Y lo primero que se le ocurrió, claro, fue que nada de lo que von Däniken decía en su libro resistiría el menor examen. ¡Cómo podría! ¡La sola idea era absurda!…
Pero finalmente los indicios sumados, o más bien la estricta objetividad científica que Blumrich puso de manifiesto para animarse a interpretarlos de otro modo, operaron un cambio radical en su opinión inicial, permitiéndole reconocer más temprano que tarde el prejuicio que había motivado su primera risa. Y fue así que este experimentado ingeniero de la NASA acabó encarando una exhaustiva investigación del testimonio de primera mano que aparece en el milenario texto bíblico, que volcó luego —con gran cantidad de detalles técnicos y diagramas incluidos— en su libro The Spaceships of Ezequiel, donde los supuestos “delirios místicos” de un hombre cabal y detallista como Ezequiel (así reconocido al menos por los teólogos) fueron traducidos por fin al lenguaje tecnológico de nuestros días, dando por resultado la descripción técnica de una nave espacial con un cuerpo cónico, un conjunto de cuatro trenes de aterrizaje con paletas de helicóptero y ruedas y un prolongado etcétera de mecanismos complicados.
Entre esas voces críticas se escuchó bien alto y claro la de Donald H. Menzel, un muy respetado astrónomo de la Universidad de Harvard, quien dio su propia interpretación de lo acontecido basándose en un complejo fenómeno meteorológico conocido como parahelio (formado por la luz solar que se refracta a través de los cristales de hielo de las nubes), cosa que a su juicio habría hecho del profeta la perfecta víctima de una ilusión óptica. Cuestión ésta de la que nos ocuparemos más adelante.
La interpretación técnica de un ingeniero de la NASA
Al igual que varios de sus colegas, también el ingeniero aeronáutico Joseph Blumrich se había echado a reír cuando escuchó hablar acerca de la posibilidad de que Ezequiel hubiese descrito una nave espacial.
Habiendo participado en la construcción del Saturno V —el cohete que llevó a los astronautas a la Luna— y dueño de una medalla al mérito por servicios especiales concedida por la NASA, Blumrich tenía ganada ya la autoridad suficiente para analizar el tema a fondo. Y lo primero que se le ocurrió, claro, fue que nada de lo que von Däniken decía en su libro resistiría el menor examen. ¡Cómo podría! ¡La sola idea era absurda!…
Pero finalmente los indicios sumados, o más bien la estricta objetividad científica que Blumrich puso de manifiesto para animarse a interpretarlos de otro modo, operaron un cambio radical en su opinión inicial, permitiéndole reconocer más temprano que tarde el prejuicio que había motivado su primera risa. Y fue así que este experimentado ingeniero de la NASA acabó encarando una exhaustiva investigación del testimonio de primera mano que aparece en el milenario texto bíblico, que volcó luego —con gran cantidad de detalles técnicos y diagramas incluidos— en su libro The Spaceships of Ezequiel, donde los supuestos “delirios místicos” de un hombre cabal y detallista como Ezequiel (así reconocido al menos por los teólogos) fueron traducidos por fin al lenguaje tecnológico de nuestros días, dando por resultado la descripción técnica de una nave espacial con un cuerpo cónico, un conjunto de cuatro trenes de aterrizaje con paletas de helicóptero y ruedas y un prolongado etcétera de mecanismos complicados.
Claro que esa misma honestidad intelectual nos obliga de igual manera a nosotros a tomar en consideración, muy seriamente, otras opiniones como, por ejemplo, la de Donald H. Menzel, la cual es de punta a punta decididamente contraria a una manifestación de tecnología extraterrestre en todo cuanto nos describe el profeta Ezequiel. Según este prestigioso astrónomo sostiene, un poco de imaginación y un bien alimentado espíritu religioso, combinado con un parahelio completo, que consiste en anillos concéntricos que rodean al Sol, los cuales son atravesados por rayos horizontales y verticales que pueden incluir arcos de luz invertidos sobre el anillo externo formando un “arco iris refulgente”, sería más que suficiente para explicar “naturalmente” lo que vio Ezequiel.
Pero nuestro entendimiento y aceptación de la irreprochable lógica científica de ir desde lo sencillo a lo complejo en toda búsqueda de explicación para un hecho problemático, como es sin duda el que aquí nos ocupa, no nos impide notar lo llamativo que resulta saber que, además de no haber tomado en consideración que el profeta hubo relatado en rigor no uno sino cuatro encuentros semejantes en el transcurso de veinte años, la interpretación de lo acontecido en la que Menzel se basa cae en el mismo error conceptual que la mayoría tiene en mente sobre lo que en realidad avistó Ezequiel. Y lo que esto implica es muy sencillo: como muchos otros, Menzel partió para su interpretación del supuesto hecho de que el profeta vio “halos”, “círculos de luz” o cosas parecidas a “ruedas” en el cielo, lo cual es del todo incorrecto si nos atenemos a lo que dice el texto. De ahí pues que la opinión del parahelio dada por el astrónomo no es atingente al hecho que pretende explicar y en consecuencia es no válida.
Si bien los primeros estudios sobre este fenómeno atmosférico —el parahelio, o “falso sol” como también se lo llama— fueron llevados a cabo por los investigadores alemanes J. M. Pernter y F. M. Exner a comienzos del siglo XX, el mismo es desconocido aún hoy por la mayoría de las personas (de hecho, según el mismo Dr. Donald Menzel pudo averiguar, sólo uno de cada cinco pilotos comerciales y militares sabe de qué se trata un parahelio). Y por supuesto, en un muy alegre dos más dos —según Menzel— , eso nada más convertiría a Ezequiel en “presa fácil” de este magnífico espectáculo del cielo que tiene lugar en las puestas o salidas del sol invernal, especialmente en los muy fríos amaneceres; un fenómeno que es por demás habitual en la Antártida y el Ártico tal y como se ve en esta ilustrativa foto tomada por meteorólogos que integran la dotación de la Base Antártica Belgrano II de Argentina:
Leamos ahora de nuevo a Ezequiel, sólo para refrescarnos la memoria:
En realidad lo que tal relato parece evocar es más bien una especie de nave, digamos una cápsula espacial o algo parecido, aproximándose y descendiendo lentamente, envuelta por una turbulenta nube de vapores y polvo… Nada que sea extraño a nuestro entendimiento desde el 20 de julio de 1969, cuando el Hombre llegó a la Luna. (¡El “águila” ha aterrizado!)
Por lo demás, y siendo como ya se ha dicho que las “ruedas” aparecieron en el suelo y no el cielo, no debemos pasar por alto, tampoco, que Ezequiel da cuenta, también, de significativos sonidos, voces, y presencias y contactos físico de y con diversos personajes…
He aquí algunos pasajes elegidos al azar:
“Y había sobre el firmamento que estaba encima de sus cabezas como un trono de piedra de zafiro, y sobre aquella especie de trono había la figura como de un personaje.” —Ez 1,26.
“Esta visión era una semejanza de la gloria de Dios. Cuando la vi, postréme sobre mi rostro, y oí la voz de uno que me hablaba, y me dijo…” —Ez 2,1
“Y miré, y he aquí una mano extendida hacia mí, la cual tenía un libro arrollado, y lo abrió delante de mí…” —Ez 2, 9
Por el contrario, lo más probable es que precisamente porque Ezequiel conocía a la perfección lo que era una rueda y cómo funcionaba ésta en la práctica, le llamó tanto la atención las grandes diferencias que había visto en las del “carro celestial”. Y para que no quedaran dudas, él insistió en mencionarlas en varias ocasiones.
Desde luego, no abusaremos aquí de citas innecesarias que el lector puede bien consultar en el libro original del profeta; de modo que lo que sigue es sólo a guisa de ejemplo:
Ezequiel 1, 16-19:
• Y las ruedas y la materia de ellas era a la vista como crisólito, y las cuatro eran semejantes, y su forma y estructura eran como de una rueda que está dentro de otra rueda.
• Caminaban constantemente por sus cuatro lados, y no se volvían cuando andaban.
• Asimismo las ruedas tenían tal circunferencia y altura que causaba espanto el verlas; y toda la circunferencia de todas cuatro estaba llena de ojos por todas partes.
• Y caminando los seres vivientes, andaban igualmente también las ruedas junto a ellos; y cuando aquellos seres se levantaban de la tierra, se levantaban también del mismo modo las ruedas con ellos.
• En cuanto a su apariencia, las cuatro eran de una misma forma, como si estuviera una en medio de otra.
• Y así que andaban, se movían por los cuatro lados; ni se volvían a otra parte mientras andaban, sino que hacia donde se dirigía aquella que estaba delante, seguían también las demás, sin mudar de rumbo.
• Y todo el cuerpo, espaldas, manos, alas y los cercos de las cuatro ruedas estaban en todo su rededor llenos de ojos.
Pero, dejemos que sea ahora el ingeniero Joseph Blumrich (Ezequiel vio una nave extraterrestre. Editorial ATE, 1979, España) quien nos hable al respecto:
”Representémonos la llanta de un neumático de automóvil (ver abajo figura A sobre esquema de movimiento multidireccional). Va rodando de la manera conocida, en dirección de la flecha 1. Pero cuando la giramos sobre sí misma (como se muestra por la flecha 2), entonces ha de moverse a lo largo de la flecha 3, en ángulo recto a su dirección acostumbrada. Mediante una apropiada combinación en ambas direcciones de rotación, la cámara rodará a lo largo de cualquier dirección deseada. Con ello está solucionado en principio el problema. En la figura (B) se muestra el más sencillo diseño resultante de la aplicación de este principio. Vemos el ‘neumático’ dividido en un número de segmentos en forma de toneletes conectados por radios al cubo de la rueda. Las dos direcciones de rodaje resultan, por una parte por la rotación de la rueda en torno a su cubo, y por la otra por la rotación de los segmentos en torno a sus propios ejes.”
Figura.2 |
“Las cortas protuberancias troncoides deben ser algo cónicas, como semi-retirados ojos de caracol. Para facilitar la penetración en el suelo, pueden ser huecas, en cuyo caso tendrían oscuras aberturas en sus extremos libres. Contempladas a cierta distancia, esas oscuras aberturas podrían ser justificadamente comparadas a ‘ojos’.”
Rueda multidireccional - Patente de invención N° 3.789.947 |
Rueda multidireccional - Patente de invención N° 3.789.947 |
Vemos pues que la “rueda multidireccional de Ezequiel” cuenta con una mecánica básicamente sencilla de entender aun por el profano en cuestiones técnicas, y que no sólo es realizable sino que ha resultado lo suficientemente funcional y novedosa como para que el Registro de Patentes de los Estados Unidos aceptara definitivamente su invención, otorgándole (en 1974) al ingeniero J. F. Blumrich su aprobación bajo el número de registro 3.789.947. Lo que convierte a éste en ¡el primer invento industrial inspirado en los dichos de un hombre que vivió hace unos dos mil seiscientos años!
¡Bien por Ezequiel! ¡Bien por Blumrich!
De igual manera que a menudo encontramos en los más antiguos mitos y leyendas de los cinco continentes referencias que parecen apuntar a la pretérita existencia de portentos tecnológicos vinculados a la presencia de dioses y/o seres sobrenaturales, la larga memoria de China recuerda muy bien a héroes que surcaban las nubes montados en “dragones celestiales” o en fabulosos “pájaros del cielo” , o, más precisamente hablando, sobre “carros voladores” como por ejemplo cuentan los cronistas del pasado acerca del legendario pueblo Chi-Kung:
La figura A muestra el ingenio patentado por Blumrich, con los segmentos de la rueda en forma de toneletes (el porqué de tales segmentos fue explicado arriba). La figura B muestra similares segmentos, además de ciertas “protuberancias” parecidas a las “cortas piezas troncoides” que Blumrich menciona como necesarias para lograr la resistencia al deslizamiento en dos direcciones y que “podrían ser justificadamente comparadas —por Ezequiel— a ‘ojos’.”
¿Casualidad? Quizá… ¿Coincidencia? ¡A la vista está…!
Desde luego, lo dicho hasta aquí no es ninguna prueba definitiva de un paleocontacto con visitantes exóticos. En todo caso, diremos que lo que se plantea, sí, es una duda muy razonable. Pero más allá de eso y de las muchas veces infundadas negativas de los acérrimos críticos de la hipótesis del antiguo astronauta (que no quieren ver, ni escuchar ni hablar al respecto… ¡nunca!), nadie intelectualmente honesto puede soslayar ni por un momento la importancia de estar frente a un problema de considerable atención como es el de las “fuentes de inspiración”. Y no estaría de más si alguno quisiera admitir de paso que ese problema y la hipótesis de las paleovisitas van a veces de la mano…
Las declaraciones admonitorias, con apelación a la autoridad, son en ocasiones (las más de la veces) simples falacias… sino pura cháchara. De hecho, hemos comprobado con el tiempo que, en efecto, y contrariamente a lo que decían hace 200 años los eruditos de la Academia de Ciencias de Francia, sí “caen piedras del cielo”. Pero es lamentable que hoy en día otros eruditos sigan caminando en fila india dentro del claustro académico, intentando disimular sus tropiezos al andar, cuando estas otras “piedras que supuestamente no existen” se les meten encima en el zapato… ¡ay!
EL AUTOR estudió abogacía en la Universidad de Buenos Aires (Argentina). Es periodista versado en ciencia y fue coordinador documental de la revista Cuarta Dimensión, jefe de redacción de otras publicaciones especializadas y actualmente es el editor de antiguosastronautas.com. Desde 1980 ha publicado gran número de artículos referidos a la hipótesis de las paleovisitas extraterrestres.
Fuente: mysteryplanet.com.ar
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